Camilo y Che en la Plaza de la Revolución. Enrique Ávila, íconos para la historia.
Virginia Alberdi
24 agosto, 2010
Camilo y Che en la Plaza de la Revolución. Enrique Ávila, íconos para la historia.
Cargada de historia, lugar de importantes acontecimientos en la vida cubana durante los últimos cincuenta y dos años, la Plaza de la Revolución es un espacio visualmente imponente. En la actualidad, este especial territorio está custodiado por tres figuras escultóricas representativas de igual número de personalidades que marcan las relaciones de continuidad en el devenir histórico de la nación, y su proyección hacia América Latina y el mundo.
La figura hegemónica es el José Martí meditabundo del escultor cubano José Sicre, que se terminó de realizar en 1958, como elemento identificador de lo que sería la Plaza Cívica, proyecto urbanístico concedido en tiempos de la dictadura de Fulgencio Batista, que aspiraba a legitimar el conjunto de instituciones asociadas al manejo espurio de los intereses de la isla. Los que pensaron la Plaza eran la negación del ideario social y político del Apóstol de la independencia de Cuba. De ahí que la imagen más reveladora de aquél estado de cosas fuera una foto de Ernesto Fernández que muestra la cabeza escultórica de Martí antes de ser emplazada, con un par de vigas bloqueándole la mirada.
Con el triunfo popular de enero de 1959, este espacio ubicado en el centro de la capital cubana pasó a llamarse Plaza de la Revolución. Ya en ese mismo año se convierte en escenario de concentraciones y actos conmemorativos en los que enormes masas de hombres y mujeres se reúnen al llamado de sus líderes. Justo para celebrar la Reforma Agraria y también para reclamar que Fidel Castro asumiera la conducción plena de los destinos patrios, el 26 de julio de 1959 se lleva a cabo la gran marcha y concentración de decena de miles de campesinos llegados a la capital desde todos los confines del país.
Para la celebración de estos actos multitudinarios, los edificios que rodean el espacio de concurrencia exhibieron gigantescos carteles, murales situados en grandes andamios, ejecutados en tela o madera. Estos elementos, que cada año deben cambiar, se deterioraba con facilidad por la inclemencia del tiempo, el sol, la lluvia, la humedad…,obligaban a una mudanza constante en la identidad de las fachadas de estos edificios, que albergan instituciones de Estado y Gobierno.
Por iniciativa de la dirección del Ministerio del Interior, en los años 90 se libró una convocatoria para que el edificio que ocupa ese organismo, en su vertiente de cara a la Plaza, tuviera una representación permanente del comandante Ernesto Che Guevara. La elección temática hallaba su fundamento en la extraordinaria proyección política, revolucionaria y humana del internacionalista argentino-cubano, cuya memoria, luego de verificarse su asesinato en el pueblito boliviano de La Higuera, resultó honrada por primera vez en Cuba en una velada solemne efectuada en la Plaza de la Revolución. El edificio del MININT contaba ya con una visible huella artística coronada por una escultura de Domingo Ravenet, uno de nuestros más prestigiosos artistas de la primera mitad del siglo XX.
El proyecto seleccionado pertenecía a un joven artista, entonces desconocido, que ofrecía una solución atinada y no empleada hasta entonces en la escultura monumentaria cubana. Fue inaugurado en 1993, tiene treinta y seis metros de altura y pesa dieciséis toneladas. De esta manera, Enrique Ávila (Holguín 1952) recibe la responsabilidad de emplazar la figura del Che Guevara en la Plaza. Lo hace a parir de la imagen más conocida del Guerrillero Heroico, esa que logró fijar para siempre en la visualidad del mundo el ojo alerta de Alberto Korda, durante el sepelio de las víctimas del sabotaje al barco La Coubre, en marzo de 1960.
Ávila consigue resumir una icónica expresión de rebeldía a partir de un perfil silueteado de la imagen de Korda en acero tratado. La obra ocupa la fachada del edificio, lo dota de una especial identidad: un bien estructurado sistema de iluminación permite admirar la pieza tanto en el día como en la noche. La obra de Ávila es un homenaje perpetuo a las ideas del socialismo y el internacionalismo.
En el relato ideológico de la Revolución, la figura del Che se halla indisolublemente vinculada a la del comandante Camilo Cienfuegos. Ambos fueron los jefes de las columnas invasoras organizadas por Fidel para extender la insurrección popular desde Oriente hasta el resto del país, tras la derrota de la ofensiva de la tiranía en el verano de 1958. En el centro de la isla, Camilo y Che asestan el golpe definitivo al viejo régimen. Ambos entran a La Habana con la alborada de enero. El Che ocupa La Cabaña y Camilo el campamento de Columbia, los dos bastiones más importantes del poder militar de la tiranía. Quiso el azar que ambos también fenecieran en octubre; Camilo en 1959, a consecuencia de un trágico accidente aéreo; el Che en 1967, cuando encabezaba la guerrilla boliviana.
Este íntimo vínculo quedó expresado visualmente en la Plaza de la Revolución cuando en la primera década del siglo XXI, el propio Enrique Ávila emplaza una imagen de Camilo Cienfuegos en la cara del edificio del Ministerio de Comunicaciones, aledaño al del MININT, visible desde el área de concentración del espacio público. El Che y Camilo dialogan desde las fachadas de estos inmuebles, en las noches se convierten en la materialización de un sueño.
La solución escultórica de la nueva obra está, por razones obvias, emparentadas con las del Che. A fin de cuentas, se trata de un díptico en que la unidad estilística equivale a la unidad de pensamiento y acción de las figuras representadas.
Enrique Ávila posee una obra pictórica amplia y reconocida que se ha presentado en numerosas exposiciones personales y colectivas en Cuba y el extranjero, y ha desarrollado parte de su carrera en espacios públicos. En su ciudad natal erigió, a inicios de los 80 , monumentos mucho más modestos en escala, pero con elocuente simbolismo, al Che y al general Antonio Maceo. También ha realizado esculturas conmemorativas dedicadas a Frank País en Santiago de Cuba, a Celia Sánchez en Guantánamo, y a los hermanos Luis y Sergio Saíz en Pinar del Río. Esta última se aviene en estilo a la línea de los relieves de Camilo y Che en la Plaza de la Revolución, aun cuando su escala y diseño volumétrico sean diferentes.
En el orden de la concepción de estos monumentos debe subrayarse cómo el artista, en su formación, ha asimilado tanto los principios del diseño gráfico como del oficio de la construcción escenográfica. De uno toma la vocación de síntesis, la economía de medios a la hora de plasmar la idea. De la otra, la proporción monumental. Ello se condensa en el poder de convocatoria de las imágenes a partir de la sugerencia, la evocación y la interiorización metafórica de los significados que se desprende de una lectura a primera vista. De hecho, estos relieves escultóricos constituyen ineludibles puntos de referencia en el entramado de la Plaza.
Con el díptico del Che y Camilo, Ávila logró reforzar la connotación simbólica de uno de los espacios más entrañables de realización de la trama participativa popular, que caracteriza la identidad de los cubanos con su orientación social ciudadana.
La Habana, verano 2010